Antes de publicar el siguiente artículo, el 27 de
octubre de 1985 en el periódico
semanal, Guía (Zamora, Michoacán,
México), lo envié al Dr. Gattegno para que me lo revisara. En carta fechada el
16 de enero, esto es lo que él comentó:
“I enjoyed
reading about your news and Susan´s article. I easily imagined the lessons
described and the student´s feelings.
The readers of Guía may congratulate themselves when reading this article and
finding that they know so much of the Silent Way, presented in so clear a
manner.” Caleb Gattegno.
¿ES
POSIBLE APRENDER UN IDIOMA
SIN
DEPENDER DE LA MEMORIA?
(Un Viaje por el Mundo de la
Educación)
Por Susana Ibarra de Pint
El Método Silencioso es un
sistema para la enseñanza de idiomas. Su autor es un hombre extraordinario
cuyas aportaciones al campo de la educación han sido inestimables: Caleb
Gattegno (1).
Uno de los objetivos de este
sistema , por lo menos como yo lo entiendo, es dar al alumno la posibilidad de
aprender poniendo a su disposición los potenciales humanos que utilizó cuando
aprendió su idioma materno.
La manera como Gattegno expone
sus investigaciones sobre el
aprendizaje de la lengua maternal en los niños, invita a detenerse a
observarlos cuando se tiene la oportunidad . Y cuando se los escucha decir, por
ejemplo “yo ero”, “yo sabo”, “yo hací” —palabras que ciertamente no han imitado
de nadie— de pronto se descubre que
tales “errores” siguen lógica perfecta en el idioma español. Tratándose
igualmente de un sonido, digamos la erre (que es uno de los que más
trabajo dan a los pequeños de habla hispana), si fuese simple cuestión de
imitación, me parece que todo se limitaría a escucharlo y repetirlo, pero la
verdad es que les lleva tiempo llegar a producirlo. Lo cambian de un sonido a
otro hasta que, por fin, un día lo descubren. Para llegar a este punto
evidentemente habrán tenido que estar muy al tanto del funcionamiento y el uso
de sus órganos vocales. Habrán tenido que estar también sumamente atentos a la
realidad de tal sonido escuchando a los mayores ¡y cuánto lo gozan cuando lo
han encontrado!
Si pienso en ese mismo trabajo
con mis alumnos, puedo ayudarlos —si se
hace necesario— a encontrar ese mismo
sonido sugiriéndoles poner cierta fuerza en la lengua, o indicándoles el lugar
del paladar en donde la lengua se apoya al producir tal sonido. En fin, puedo
proveerlos de esa ayuda intelectual basada en la experiencia que tanto ellos
como yo tenemos a nivel de adultos que han aprendido ya su propio idioma.
¡Cuánto más grande será entonces el trabajo de un niño, cuando tiene que
realizarlo sin ninguna ayuda de ese tipo!
Otra cosa interesantísima en los
niños —lo cual demuestra que no todo se
reduce a aprender o a memorizar palabras—
es la confusion que les causa toda esa cuestión del tiempo: que el sol
salga y desaparezca y que para todo eso los adultos tengamos palabras como
“día”, “noche”, “hoy”, “hace un año”, etc. Durante un buen tiempo, mi sobrinito
Gerardo usó la palabra “mañana” siempre que tenía que hacer uso de cuaquiera de
estos conceptos.
Durante uno de los cursos que
tomé con el Dr. Gattegno, en una ocasión preguntó él al grupo cuál idioma
pensábamos que era el más difícil. Después de un buen momento de silencio cada
quién dio su opinion. Alguien dijo que el chino, alguien más que el inglés,
etc., dando, por suspuesto, las razones en las que se basaba su opinión. Poco a
poco él nos condujo a entender que el más difícil es el idioma materno por el
simple hecho de que éste llega a dominarse sin haber contado con ninguna
experiencia previa.
¿Y QUE HAY DE TODO ESTO EN EL METODO SILENCIOSO?
Es evidente para mí —para hacerlo personal— que, además de hablar, hay muchas otras
cosas que ahora forman parte de mí y que, por lo tanto, puedo controlar, como
lo son caminar, enfocar la vista, ser capaz de reconocer lugares, etc,
etc. Si es verdad que llegar al dominio
de tales habilidades ocurrió cuando era muy pequeñita, existen buenas rezones
para inclinarme a creer que no fue como por encanto que todo eso “apareció”
sino que dentro de mí realicé todo un gran trabajo; que ocurrió todo un proceso
para que todo eso llegara a formar parte de mí. ¿No sería entonces que ya
poseía yo ciertos dones, como la voluntad, la inteligencia, la sensibilidad, la
intuición, la afectividad, etc. y que me valí de ellos para realizar ese
trabajo? Por lo pronto, diría que es evidente que esos mismos dones, que esos
mismos potenciales están aún latentes en mí, como también es evidente que todo
eso, visto como un total, es algo que me identifica con los demás seres —normales—
de mi especie.
En el caso presente, en mi papel
de maestra, son entonces esos potenciales, es esa experiencia adquirida a tan
temprana edad, lo que tartaré de que mis alumnos pongan en función al aprender
el español.
LOS METODOS TRADICIONALES
Viendo a grandes rasgos lo que
sucede en el mundo de la enseñanza —no sólo de idiomas sino en general— y sin importar el nivel escolar ni el
país, es que el maestro, poseedor del
conocimiento, trabaja con sus alumnos con un plan ya definido y, por lo tanto,
con ideas preconcebidas de lo que sucederá en la clase . Los alumnos deberán
retener a base de la memoria lo que el maestro ha preparado para ellos. Para
probar luego su buena memoria vienen los exámenes que, como todos sabemos, no
todos pasan (¿por qué?). Es algo así como Gattegno representa la educación
tradicional:
DIFERENCIA DEL METODO SILENCIOSO
Creo que antes que nada deberé
hacer notar que el Método Silencioso está bastante lejos de ser lo que,
propiamente dicho, es un método. Una simple razón es que, mientras que en un
método se sigue un plan a priori, en el Método Silencioso, lo que podría
convertirse tal vez en un plan, se crearía sólo hasta después de haber
tenido contacto con los alumnos, con sus necesidades.
Más que preparar una clase, un
profesor del Método Silencioso se prepara para poner en juego su sensibilidad,
por ejemplo; se prepara para intuir el momento preciso en el que
proporcionará a los alumnos la información necesaria. Un profesor del Método
Silencioso sigue paso a paso, y muy de cerca, lo que el alumno va absorbiendo
y, por lo tanto, está dispuesto a cambiar de tácticas cuando las
circustancias lo requieran. Una de las frases favoritas de Gattegno es que
“para llegar a ser un buen profesor
—entendido que un profesor en general—
es necesario ser empírico”.
En cuanto a lo de “silencioso”,
en los sistemas tradicionales es normalmente el profesor quien tiene la
palabra, explicando, modelando, etc. Un profesor del Método Silencioso evita
por completo las explicaciones y, en cambio, crea situaciones fáciles de captar
por los alumnos. Igualmente los estimula a poner en palabras esas situaciones.
Es ese silencio —que a veces llega a
ser de horas— es de donde surgió el nombre.
Un profesor del Método
Silencioso podría pues representar en forma figurada su trabajo, mas o menos
así:
En otras palabras, utilizando el
Método Silencioso el maestro realmente
pone el idioma frente a los alumnos para que éstos, utilizando su
inclinación natural de investigadores, descubran por sí mismos los misterios
del idioma y de esa manera adquieran ellos mismos el conocimiento. El
resultado, por supuesto, será que lo que aprenden lo habrán hecho por sí
mismos. Por otra parte, el haber tenido la oportunidad de descubrir los
instrumentos que los ayudarán a “manipular” eso que han aprendido, les dará la
oportunidad no sólo de minimizar la posibilidad de olvidar sino también de ir
más lejos por sí mismos.
Evidentemente, en el proceso, el
maestro llega a convertirse en un observador, en un estudiante de su propia
experiencia y de la manera como se relaciona con sus alumnos, lo cual tendrá
como consecuencia una mejor idea del porqué del éxito o el fracaso de sus
alumnos. Poco a poco, de hecho, aprenderá a sacar los fracasos del rincón vergonzoso
en el que nuestro condicionamiento los tiene
—¿o no es verdad que estamos acostumbrados a esconder o a excusar
nuestros fracasos? — para convertirlos
en medios para abrir nuevos horizontes a una mejor comprensión de esos fracasos
y, por consecuencia, de sí mismo.
Para dar a todas estas palabras
un sentido práctico, trataré de describir algunas situaciones ocurridas en una
de mis clases.
EL MATERIAL GATTEGNO
No, no existe un libro de texto
para los alumnos ni un manual para los maestros. Gattegno, sin embargo, publicó libros como Teaching Foreign
Languages in Schools y The Common Sense of Teaching Foreign Languages,
los cuales, además de algunas de sus investigaciones en este campo, contienen
también material de reflexión para el maestro e ideas prácticas para la clase.
En material comerciable existe
una serie de cartelones —de 57 x 34
cms.— en español, inglés, francés y
otros. Unos de esos cartelones contienen el alfabeto de cada idioma,
distribuido éste en columnas de acuerdo a los sonidos, los cuales están
representados por medio de colores. Esto, claro, querrá decir que una misma
letra podrá aparecer en más de una columna. A esos cartelones Gattegno los
llamó “fidel”, que en amhárico significa “alfabeto”. Los otros cartelones
contienen las palabras funcionales del idioma (a, para, de,
él, ella, cada, te, etc.), los números, así como
algunos verbos, adjetivos y terminaciones . Los colores en las palabras de
estos cartelones corresponden obviamente a los de los sonidos en el
“fidel”. Para el español, por cierto,
hay cinco de estos cartelones con las palabras funcionales mientras que para el
“fidel” hay solamente uno, dado que el español es prácticamente un idioma
fonético. Para el inglés, en cambio, hay ocho cartelones solamente para el
“fidel”. (La letra a, por ejemplo, aparece en once columnas, lo cual
querrá decir que dicha letra se pronuncia de once maneras diferentes).
El material incluye también las
regletas Cuisinaire (1) y punteros. Los alumnos deberán tener con ellos el
material necesario para escribir, y en el salón de clase se hará necesario una
pizarra u otra cosa que pueda sustituirla. Como material opcional para las
clases, Gattegno creó una serie de lustraciones cuyo objetivo es la expansión
del vocabulario. Dichas ilustraciones llevan unas papeletas con las mismas
ilustraciones en pequeño, para los alumnos. Como material también opcional para
las clases avanzadas Gattegno escribió algunos libros, los cuales en español
llevan los títulos de “Ocho Cuentos” y “Mil Frases”.
FRENTE A UN GRUPO
Con cualquier grupo, sin
importar el nivel, el hecho de que esas personas estén ahí significa para mí
toda una responsabilidad. Como ellos, individualmente, han llegado a ser lo que
son, la manera como utilizan sus potenciales, su tiempo (hablo del tiempo
interior) será diferente, eso sí, y poco a poco iré aprendiendo algo sobre esas
diferencias y sobre lo que podré yo hacer para que su energía se canalice en
una misma dirección, es decir a favor de unos a otros. Importante también será
mencionar que, dado que en esa primera etapa tendrán ellos que enfrentarse a lo
que sólo podría describir como una xx terrible barrera del miedo a lo
desconocido, tendré entonces que actuar con bastante tacto y paciencia y,
más que nada, sin suposiciones de lo que pasará. De esa manera podré ayudarlos
a librar esa barrera con menos dificultades.
CON UN GRUPO DE PRINCIPIANTES
Pondré como ejemplo un curso
para principiantes que impartí en Osaka, Japón, aunque me limitaré a dar
algunas ideas sobre lo ocurrido durante las primeras siete horas del curso, las
cuales trabajamos en un día corrido.
Con el grupo dispuesto en
semicírculo, comencé con ellos utilizando el “fidel” para la introducción de
los sonidos.
El grupo estaba formado por
japoneses, estadounidenses y dos británicos. Este hecho me proporcionaba ya un
dato muy importante a considerar: que entre ellos estaban ya por lo menos dos
idiomas maternos (el japonés y el inglés) y que en éstos existen ya algunos de
los sonidos del español. Para los sonidos que tendrían que aprender (o adaptar)
utilizaría diversas técnicas pero no explicaciones.
Comenzamos con los sonidos que
corresponden a las cinco letras vocales, dado que ellos podrían reconocer
dichas letras. Con el puntero señalé la “a” y, con atención, esperé a ver que
salía de ellos. Mi oído —que estaba muy
aguzado— captó varias versiones entre
las cuales estaba la de los japoneses, quienes produjeron una “a” tan pura como
la del castellano. Con un gesto invité al grupo a callar mientras que con otro
gesto invitaba a una de las alumnas a repetir su “a” a la vez que, con otro
gesto, invitaba al grupo a escucharla.
Obviamente, si hubiera seguido
los sistemas tradicionales, habría modelado yo misma el sonido para que los
alumnos lo repitieran una y otra vez, o algo por el estilo. En cambio, si era
yo ya consciente de que tal sonido estaba ya entre ellos, mi tarea sería
entonces ayudar —a quienes lo
necesitaran— a buscar dentro de ellos
mismos los cambios que tendrían de hacer hasta encontrar ellos mismos el sonido
correcto. Esta actitud de mi parte les daba la oportunidad de “ver” dentro de
ellos mismos los pasos que habían seguido para producir el sonido. En otras
palabras, les daba de esa manera la oportunidad de hacer un trabajo de
concientización del funcionamiento de sus órganos vocales así como el de las
disciplinas que los llevarían a mantener presente ese sonido.
Es así como poco a poco se llegó
al dominio de los cinco sonidos vocales y luego les di unos ejercicios que
consistieron en unir dos o más de los sonidos hasta llegar a palabras y frases
(au; ie; oei; áu; iú; hoy; hay; huí; ¿hay hoy?; ¿y hoy hay?; ¡hey! ¿hay ahí?).
Continuamos con la integración de los sonidos consonantes, yendo desde palabras
hasta oraciones que irían de muy simples a más complicadas, manteniendo siempre
una secuencia al ir insertando sonidos nuevos. Las palabras y oraciones durante
esta etapa carecieron por completo de significado, ya que la finalidad es
concentrarse en esos elementos tan
básicos (y vitales) del idioma como lo son la melodía, el ritmo, la entonación,
etc. En otras palabras, al finalizar esta etapa podían ellos tomar un periódico
o un libro y leerlos tan fluidamente como un nativo.
Para llegar a esta etapa (que tomó unas cuatro horas) tuvimos que resolver
varios problemas: los japoneses, por ejemplo, tendían a confundir la “l” con la
“rr”. Los de habla inglesa tenían sus problemas con la “l”, la “d”, la “t”, la
“j”. Indudablemente, tuve que ayudarlos a concientizarse acerca de ciertas
cuestiones de adaptación cultural. Por ejemplo, para que los japoneses se
atrevieran a producir un “¡hay!” o un “¿hay?” expresivo, les llevó un poquitín
de tiempo tomar esa decisión y que finalmente se sintieran bien.
Con la etapa anterior resuelta,
pasamos luego a conceptos prácticos con los cuales podrían relacionarse unos
con otros. Para ello, en el “fidel” mostré la oración “yo me llamo”. Ellos la
dijeron e inmediatamente me encaminé a uno de ellos, cuyo nombre era Frank. Le
tomé la mano, le puse los dedos en posición de señalarse a sí mismo y en
seguida volví a los cartelones. Con un gesto invité al grupo a callar mientras
que con otro gesto invité a Frank a poner atención. Reconstruí para él en el
“fidel” la oración “yo me llamo paco”. Seguidamente, lo insté a decirme la oración
señalándose él. La expresión en su cara manifestó duda.
Hice lo mismo con el siguiente
alumno, que era una japonesa y, dado que para ella no había un nombre
equivalente en español, señalé la oración con su nombre en japonés (utilizando
el alfabeto español, obviamente): “yo me llamo sakiko”. Paseé la vista entre el
grupo y pude apreciar unas sonrisas. Eso me indicó que para el siguiente alumno
ya no iba a ser necesario señalar la oración completa sino sólo el nombre.
“Paco” insistió entonces en mostrar al grupo que había entendido de qué se
trataba el asunt, pues se puso de pie y, con una actitud por demás cómica,
señálandose a sí mismo, prácticamente gritó frente al grupo, “¡Yo me llamo
Paco!” Se continuó así con los demás.
Enseguida, introduje los pronombres
personales: con un gesto pedí al grupo callar mientras señalaba oración: “yo me
llamo susana” que, obviamente, todos entendieron. La dije señalándome a mí
misma. Luego, les mostré el enunciado “tú te llamas susana” e invité al grupo a
señalarme mientras lo decían en voz alta. Me puse luego frente “Paco” y,
señalándose él me dijo “yo me llamo Paco”, e inmediatamente lo hice señalarme a
mí y dijo “tú te llamas Susana”. Lo hice repetir el ejercicio hasta que lo
produjo con fluidez. (“Yo me llamo Paco. Tú te llamas Susana”). Practicaron
luego el ejercicio entre ellos mismos. Para introducirlos con la tercera
persona, hice que una de las muchachas y uno de los varones se pusieran de pie
frente al grupo. Señalé a la chica y en seguida señalé la oración “ella se
llama lucy”. Los invité luego a decir ellos lo mismo mientras señalaba yo a la
chica. Para el chico hice lo mismo, obviamente cambiando el pronombre y el
nombre.
Continué con las formas
interrogativas relacionadas con el tema (“¿cómo se llama ella?”; “¿cómo me
llamo yo?”, etc.).
DESDE UN PUNTO DE VISTA HUMANO Y PEDAGÓGICO...
Mediante estos ejercicios los
había puesto a hablar sobre algo real
sin haber tenido que darles explicaciones ni ejercicios de repetición. Por otra
parte, los elementos gramaticales con los que los había puesto en contacto (los
pronombres personales; por o pronto un verbo en el tiempo presente con sus
distintas terminaciones; el adverbio “cómo” y las mismas formas para preguntar
y contestar) estaban ya disponibles para ser explorados e integrados más
adelante.
LA AUTO-CORRECCION
Ciertamente, en el proceso se
equivocaron en más de una ocasión, aunque mi manera de corregirlos fue algo que
poco se practica en la educación en general: mejor que corregirlos yo, les di
la oportunidad de autocorregirse. Es decir, que en el momento en el que
cometían un error (de pronunciación o de lo que fuese) los detenía, y con la ayuda de las distintas técnicas con
las que contamos, los ayudaba a descubrir ellos mismos la respuesta o, en su
defecto, veía si, entre el grupo, alguien había captado el error.
Esta etapa implica sin embargo
una gran sensibilidad por parte del maestro, ya que es muy fácil caer en una
actitud autoritaria que terminará por frustrarlos. O es también posible ir con
mucho tacto y paciencia (y por lo menos
con un poquito de humildad) hasta inducirlos a tocar el corazón del error
cometido y que, en un momento dado, lleguen a entender que la acción de
equivocarse es una simple realidad que forma parte de la tarea del dominio de
ese nuevo idioma y que, por lo tanto, no es nada que deba apenarlos. En este
sentido, por cierto, he siempre encontrado fascinante el hecho de que
entre mis alumnos, incluso los más
serios, a cierto punto terminan por encontrar el lado cómico de sus errores.
Cuando se llega a ese punto, comienza a sentirse en el aire una atmósfera sin
tensiones lo cual, ciertamente, contribuye a facilitar el transcurso de las
clases.
Aprovechando pues que comenzaban
a tener en sus manos algunos elementos del idioma introduje otro juego: el uso de las regletas como otro medio para
comunicarse.
Cuando llega este momento no
utilizo siempre las mismas técnicas. Con este grupo, a grandes rasgos, lo hice
más o menos así:
Con el puntero señalé en el fidel “una regleta blanca” y,
cuando leyeron la frase en voz alta, la
representé en el pizarrón con tres
líneas ( - - - ), es decir una para cada palabra. Les di luego los demás
colores -representando siempre cada
palabra con una línea- y sólo al final
les di los colores a los que había que agregar una palabra extra, de acuerdo a
la intensidad del color como en este caso “verde claro” y “verde oscuro”. Como
no todos los colores se encuentran en los cartelones, finalmente ofrecí el gis
a “voluntarios”, quienes escribieron en la pizarra los colores faltantes. De
esa manera teníamos ahí presentes los colores de las diez regletas.
Puse entonces frente a ellos el
cartelón No. 1, el cual contiene palabras gramaticales como “una”, “regleta”,
los colores no escritos en el pizarrón, etc. y les di a leer frases con todos
los colores: “una regleta blanca”, “una regleta roja”, etc. Seguidamente, abrí
la caja de regletas, la abrí y, sin decir nada, les mostré una regleta blanca.
Como la primera frase había sido “una regleta blanca” para algunos fue fácil
adivinar que lo que les mostraba era justamente una regleta blanca. Continuamos
así con las demás regletas.
Siguiendo la secuencia de este
ejercicio les mostré con el puntero “toma una regleta negra” e inmediatamente
tomé la caja de las regletas y me dirigí hacia uno de ellos. Puse la caja
frente a él, separando de todas una regleta negra, y con un gesto invité a
quien estaba a su lado a “decirle algo” mientras que a aquél le tomé la mano y
se la puse en posición de “estar a punto de tomar dicha regleta”. Como en
ocasiones anteriores les había puesto de manifiesto que las oraciones que les
mostraba estaban relacionadas con las acciones, para la mayoría fue evidente de
qué se trataba el nuevo ejercicio. Con toda la naturalidad del mundo éste le
dijo al otro “toma una regleta negra”. Y aunque en este caso, quien inició el
juego comenzó pidiéndole al otro tomar la regleta que yo había sugerido, son
muchísimos los casos en los que, quien comienza el juego, lo hace pidiéndole al
otro tomar una regleta de diferente color de la que yo sugerí, lo cual
demuestra que su individualidad siempre está siempre presente.
Como otro ejemplo, describiré la
manera como introduje “dámela” en esta ocasión:
Frente al grupo, con la caja de
las regletas abierta delante de mí, puse una regleta amarilla encima de todas
las demás e invité al grupo a pedirme que la tomara. Al unísono dijeron: “toma
una regleta amarilla”. La tomé y la guardé en la mano. Seguidamente, con el
puntero mostré en los cartelones la palabra “dámela”. Con gesto les pedí
guardar silencio y luego me dirigí a una de las alumnas a quien le tomé la mano
y se la puse en posición de pedir. Sin preámbulos me dijo: “dámela”. Unos a
otros se pidieron la misma regleta y luego cambiamos a otras. Momentos más
tarde incluimos el plural (“toma dos regletas azules”, por ejemplo), lo cual
les fue muy fácil adivinar.
Para una práctica entre ellos
mi presencia se había hecho
innecesaria. Me alejé y me fui a sentar detrás de ellos. Ya en esta etapa
habían aprendido ya a estar atentos a los errores de unos y otros y corregirse
entre ellos mismos. Y cuando en algún momento habían pasado por desapercibido
el error de alguien, fingiendo yo una tos, por ejemplo, les hacía notar que
había algo que corregir. Normalmente, sin mi ayuda, ellos descubrían las
cuestiones a corregir.
La etapa siguiente comprendió el
mismo verbo “dar” en forma imperativa. Para esto, volví frente al grupo y los
insté a pedirme tomar una regleta de x color. Al tomarla, en lugar de hacer que
alguien me la pidiese me la guardé en la mano y dirigí mi vista hacia una de
las señoritas a quien, con un gesto, le pedí no hablar mientras extendía yo la
mano hacia ella. Con otro gesto pedí luego al resto del grupo decirme algo. Muy espontáneamente uno de ellos me dijo:
“dásela”, señalando con la vista a la alumna en cuestión. De inmediato me
dirigí al cartelón de las palabras y le mostré la palabra “a” y con el mismo puntero señalé a la
señorita. No solamente él sino el grupo, en coro, me dijo “dásela a ella”. (¿Y
de dónde salió ese “se” que tan fácilmente pudieron adivinar? Así es: de una de
las primeras etapas de las clases, es decir cuando habían aprendido “ella/él se
llama...”). Al alejarme de ellos, desde mi lugar los escuché integrar lo visto
anteriormente con lo presente: “Toma una regleta verde claro. Dásela a ella/ a
él”, etc.
En los ejemplos que doy al
hablar sobre la escritura se podrán ver otros aspectos del idioma que se
abarcaron. Como nota informativa, sin embargo, me gustaría mencionar que las
regletas pueden utilizarse de una manera muy versátil. En un momento dado, por
ejemplo, pueden convertirse en personas, en animales, etc. a quienes puede
darse una acción deseada en algún determinado lugar.
LA ESCRITURA
Efectivamente, si en el transcurso
de sólo siete horas habían aprendido a leer en un idioma nuevo para ellos; si
habían aprendido a comunicarse (ciertamente con un vocabulario muy limitado,
aunque con una gran seguridad en ellos mismos) podía entonces ponerlos a
resolver otro problema: el de la escritura. Con esta etapa terminaríamos
nuestro primer día de trabajo.
Utilizando el fidel, los
cartelones y las palabras escritas en la pizarra, les di a leer una serie de
oraciones cuyo contenido era eso mismo sobre lo que se había trabajado durante
el día. Luego, les dicté otras oraciones, las cuales escribieron en sus
cuadernos. Cuando terminaron, pasé a la pizarra a algunos de ellos a escribir
algunos de los mismos enunciados con el fin de que volviesen a leerlos ya
corregidos, poniendo una atención muy especial en aspectos del tan importantes del idioma como lo son el
ritmo, la entonación, etc., leyéndo también a distintas velocidades. Estos son
unos ejemplos de esas oraciones:
-Toma una regleta azul y ponla
aquí.
-Por favor, toma ahora cuatro
anaranjadas y pon una aquí, otra ahí y
las otra dáselas a ella.
-¿Cómo se llama la persona que
está allá?
-La persona que está allá se
llama Sakiko.
-¿Dónde está la regleta roja y
dónde está la regleta negra... y dónde está Aki?
-La regleta roja está aquí, la
negra está ahí y Aki está aquí.
El siguiente diálogo —que,
obviamente, escribieron después— lo tuve con uno de ellos la tarde del último
día. En él puede verse que no todo se limitó al uso de las regletas sino que,
con el paso de los días, aproveché de ciertas situaciones en las que el
significado podía intuirse:
-¿Tú entiendes?
-No, no entiendo.
-¿No entiendes nada?
-No, no entiendo nada.
-¿No entiendes absolutamente
nada?
-No, no entiendo absolutamente
nada.
-¡Pobrecito!
-¿Qué es “pobrecito”?
No sé si con este pequeñísimo
resumen habré transmitido una idea de lo que ocurrió durante esas horas de
trabajo con el Método Silencioso con un grupo de principiantes. Aunque, más que nada, me pregunto si la prioridad
que el aprendizaje tuvo sobre la enseñanza se vislumbró (2).
(1) Matemático,
científico y educador, el doctor Caleb Gattegno (Alejandría, Egipto, 1911 - París,
Francia, 1988) escribió ciento doce libros a partir de 1939. Los temas que
abarcó en sus obras incluyen la educación, el aprendizaje en los niños, la
muerte, los distintos modelos seguidos en el campo de la medicina, etc. Publicó
igualmente unos 500 artículos durante sus últimos cincuenta años sobre esos
mismos temas. El es también autor de un sistema para la alfabetización —desgraciadamente poco conocido hasta ahora—
que en español lleva el nombre de Leocolor. Gattegno dio a conocer al
mundo a Georges Cuisinaire (inventor de las “regletas Cuisinaire”). De él
también es una serie de programas en computadora para la enseñanza de las
matemáticas y la lectura.
Como nota interesante cabrá
mencionar que, durante algún tiempo, Gattegno trabajó con Piaget, quien lo
consideró demasiado avanzado en el tiempo, como Gattegno mismo comentó.
(2) Gattegno sintetiza las bases de lo que él propone al campo de la educación como “La Subordinación de la Enseñanza al Aprendizaje”.